domingo, 24 de junio de 2012

Episodio 22: Tortosa


El mayor Monogram me recomendó que fuera preparado para esta nueva misión y decidí hacerlo tomando un desayuno continental antes de salir de la casa de mi familia-tapadera y probándome una gorra-disfraz para que Doof no me reconociera como siempre al ver mi sombrero.

Casa Grego
Al parecer, el profesor Doofenschmirtz quería robar todo el agua del Ebro para utilizarla con fines maléficos y para evitarlo, nos desplazamos a Tortosa. Empezamos a buscar a Doof  en el palau Oriol y en la Casa Grego, donde el malvado aprovechó que Víctor se hacía una foto par intentar atraparme hacia el interior de la casa.

En esta ocasión pude escabullirme de su trampa con facilidad pero no un rato después cuando, mientras investigaba un posible acceso secreto al cuartel de Doof, no recuerdo cómo, salí despedido hasta caer en la parte trasera de la catedral, donde Víctor me recogió sin saber muy bien cómo había llegado yo allí.


Aproveché el paseo de mi dueño y su curiosidad para echar un vistazo a algunas casas de la zona, la que parecían más sospechosas de albergar villanos, pero no hubo suerte.


Por fin llegamos a la catedral donde encontré las dos pistas claves para el desenlace de esta aventura: los restos de una explosión y una palabra a la que habían cambiado una letra.


Los restos de pólvora indicaban que Doofenschmirtz había estado haciendo pruebas con alguno de sus misiles para calcular con qué fuerza y a qué distancia debía disparar un enorme proyectil para hacer un crater en el Ebro y llevarse todo el agua a su madriguera subterránea.
Por el tamaño y la forma de esos restos que había en la catedral, calculé desde donde había lanzado el misil de prueba así que me las ingenié para llevar a Víctor allí para anular el detonador.


Estaba situado al lado del monumento a los luchadores en la batalla del Ebro. Hice que se sentara en el pulsador secreto pero como no hacía fuerza suficiente, lo engañé para que se pusiera de pie. ¡Funcionó!
Ahora solo quedaba encontrar el verdadero detonador. Analizando el caudal del río, calculé la fuerza con la que tenía que caer el misil aunque si no sabía en qué punto caería, no podía conocer desde dónde Doof iba a lanzarlo.
Tuve que interrumpir mi investigación durante un rato pues tuve que hacer el teatro de siempre posando sin Víctor en la heladería y delante del Ayuntamiento.


El día se acababa y estaba a punto de darme por vencido cuando, paseando con mi familia-tapadera cerca del río, vi uno de los tiburones mecánicos de Doof. Seguro que llevaba el gran electro-imán necesario para atraer el misil. Pobre Doof, ¿no sabe que los tiburones no son de agua dulce?

Observad a la derecha el tiburón-robot de Doof.


Un contratiempo casi hace que los planes del profesor le salieran bien pues, regresando al coche, Víctor cayó rodando por unas escaleras que bajaban del puente con la gran fortuna de no hacerse prácticamente nada. Se acercaron algunas personas y me pareció ver algún secuaz de Doof así que tuve que esconderme con rápidez.



Todas las pistas encajaban, para lograr una explosión suficientemente grande en el punto donde estaba el tiburón, el lanza-misiles debía estar en La Sénia, un pueblo a unos 35 minutos de Tortosa. Nos dirigimos allí y tras una búsqueda, encontramos el lanzador en forma de tirachinas, la letra Y que habían escrito en el letrero de la catedral. Hice subir a Víctor que, sin darse cuenta, pisó el botón de autodestrucción del tiburón. Este Doof siempre con sus botones de auto-destrucción. No aprenderá nunca.

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Finalmente habíamos vuelto a vencerle. Ya solo me quedaba hacerme un par de las fotos clásicas. Retozando en el césped y refrescándome ¿en la fuente?


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